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Ja administraciön espahola y al abandono de todo
lo relacionado con el fomento de la cultura y de
la riqueza del pais, di6 änimos & los que mante-
nian la posiciön radical del separatismo, y la gue-
rra estall6 de nuevo con el grito de Baire (1895),
guerra alentada por una gran masa de opiniön
en los Estados Unidos. Muchos politicos espano-
les abogaron entonces nuevamente por la conce-
si6n de la autonomia, como medio de transacclön
honroso; mas la mayoria, representada en este
caso por el jefe del partido conservador, Cänovas
del Castillo, se encerrö en completa intransigen-
cia, sentando la doctrina de «la guerra con la
guerra» y exigiendo, para conceder reformas,
que se sometieran previamente los rebeldes. Esta
actitud hizo crecer la insurreceiön en Cuba,
aunque gran parte de los autonomistas continu6
fiel 4 Espafia. Puerto Rico se mantuvo apartado
de la guerra, como la vez anterior,
Pero los Estados Unidos consideraron legado
el momento de dar el paso decisivo en su politica,
y precipitaron el desenlace, alegando, para inter-
venir en la lucha, la prolongaci6n de 6sta, los
procedimientos militares del general Weyler (re-
presiön dura, campos de reconcentrados, etc.), y
la voladura del crucero Maine, surto en el puerto
dela Habana. Su actitud y la conciencia, clara ya
en muchos de los politicos liberales, de que era
preciso cortar la rebeliön mediante reformas,
produjeron las de 25 de noviembre de 1897, apli-
cadas en enero de 1898, y que representaban un
sentido autonomista muy acentuado. El remedio
llegaba tarde, sin embargo. No puede hoy decir-
se si hubiera 6 no arraigado en el pais y reducido
ä los que peleaban, porque faltö tiempo para que
Ja experienecia se produjese.
Los Estados Unidos de una parte, y los anti-